La ciudadanía al rescate de la ciudad
Buenas, ¿cómo estás? Hace unas semanas me escribieron los genios de El Gato y La Caja contándome que iban a sacar un nuevo libro. Yo soy fan de todo lo que hacen, pero cuando me dijeron que el nuevo libro era sobre ciudades me volví realmente loco. Me propusieron dar una mano para dar a conocerlo, a lo que por supuesto accedí. Así que acá estamos.
Urbanofilia (que ya pueden leer gratuitamente acá pero que les recomiendo enfáticamente que si pueden lo compren) está estructurado en capas, como las ciudades. La cuadra, la calle, el barrio y, finalmente, la ciudad. Nos invita a entender la ciudad como un todo, como un sistema complejo lleno de componentes y variables que interactúan entre sí. Que se puede intentar ordenar, pero que siempre queda librado a lo azaroso, a lo espontáneo. La dinámica de lo impensado, diría un periodista deportivo.
Y quizás sea eso lo que más me gusta de la propuesta: que nos invita a cada uno de nosotros (con kit de herramientas incluído) a hacer ciudad. Pero hoy no vamos a hablar del libro. Sino de una historia que creo refleja fielmente su espíritu. De una pequeña transformación que cambió por completo la dinámica urbana de los vecinos de Almagro y Balvanera. Y que, ojalá, nos inspire a salir a la calle para volver a encontrarnos. Para volver a enamorarnos.

Galpones vacíos
La historia se desarrolla en el límite de los barrios de Almagro y Balvanera. O lo que muchos conocemos como Once. Un barrio absolutamente atravesado, física y culturalmente, por el ferrocarril y el comercio. Corría el año 2000, y los viejos galpones del Ferrocarril Sarmiento, que en el Siglo XX habían funcionado como depósitos de mercancías que entraban a la ciudad para su consumo, habían quedado abandonados.
El predio se había convertido en un no lugar. Sin vida, sin características únicas ni reconocibles. Un terreno baldío más. Lo que había transformado las calles que lo rodeaban en un lugar inseguro para transitar, incluso de día. Sin iluminación, basura en la calle, veredas angostas y muros que operaban como una barrera física que fragmentaba el entramado urbano.

Un muro de 3 metros se levanta sobre la calle
El estado había abandonado el espacio. Y, en consecuencia, poco después lo hicieron también los ciudadanos. En encuestas que harían años después, cuando el proyecto del parque ya estaba en marcha, el 95% de los vecinos identificaría la inseguridad como el principal problema de la zona.
Pero del más absoluto abandono comenzó a brotar algo. Los vecinos empezaron a organizarse para recuperar lo que les pertenecía. El 19 de abril de 2000 Miguel Germino, vecino del barrio, presentó el primer proyecto de ley alusivo a la reutilización de los terrenos ferroviarios de Gallo y Perón.
Al principio no les dieron bola. Pero los vecinos no iban a darse por vencidos, así que tomaron acción por su propias manos. En 2004, a puro pulmón, removieron los escombros de un playón en las calles Jean Jaures y Perón y empezaron a plantar árboles. La llamaron la “Placita del Mientras Tanto”. Un acto material cargado de simbolismo. Querían visualizar lo que podía ser, y que todos vieran eso que ellos imaginaban en sus cabezas. Los vecinos le estaban ganando terreno a la ciudad, literalmente. Lo que los expertos llaman “urbanismo táctico”. Una intervención de bajo costo y rápida implementación que transforma la percepción y el uso del espacio público en favor de la gente que lo transita y habita. Años después, en 2007, esa pequeña plaza obtendría reconocimiento legal mediante la Ley 2446 y pasaría a llamarse Julio César Fumarola. Mejor pedir perdón que permiso, ¿no?
En el año 2009 los vecinos comenzaron a tener sus reuniones en una parroquia. ¿Por qué? Bueno, primero porque no había dónde más hacerlo. Pero además, porque desde allí se podía ver el espacio libre detrás del muro que se hacía imposible visualizar desde la calle. Andrea Birgin, una de las vecinas del barrio que luego se convertiría en la coordinadora de la Mesa de Trabajo del Parque de la Estación, cuenta que el párroco les había ofrecido una sala de la iglesia en el 1er piso. Estaba convencido de que, cuando allí hubiera un parque, los chicos jugarían a la pelota en vez de fumar paco. Una vez más, la comunidad corría al rescate.
En 2014, los vecinos lograron la sanción de la Ley 4.944, que asignaba el predio al distrito de Zonificación Urbanización Parque (UP). Esto significaba que el terreno no podría utilizarse para otros fines. Pero el parque todavía se hacía desear.
En 2016 llegaría el tan ansiado día. El 15 de diciembre la Legislatura aprobaría, por unanimidad y luego de una audiencia pública donde participaron más de 200 personas, la Ley 5.734 que creaba el Parque de la Estación.

El Parque de la Estación
La ley abría un nuevo capítulo. Se creaba una Mesa de Trabajo y Consenso para el diseño y la gestión del Parque de la Estación conformada por representantes del gobierno de la ciudad, miembros de las Juntas de las Comunas 3 y 5, y vecinos y organizaciones interesados en colaborar.
El nuevo parque estaría limitado por las vías del tren, y las calles Gallo, Perón y Anchorena. Pero ahora era momento de decidir qué hacer en ese terreno.
Desde ya que los vecinos querían contar con más espacios verdes. El 77% de los vecinos consultados afirmó que faltaban parques en la zona, y el 78% declaró no utilizar los espacios verdes existentes por su mala calidad. Según información del propio Gobierno, las Comunas 3 y 5 son las que tienen menor cantidad de hectáreas de espacios verdes en toda la Ciudad de Buenos Aires. Datos que empeoran si ajustamos por cantidad de habitantes y, sobre todo, por tipo de espacios verdes. Son barrios donde vive mucha gente y hay pocas plazas. Y las pocas plazas que hay son muy pequeñas, lo que dificulta la realización de actividades deportivas y de esparcimiento, como vimos en una entrega pasada.
Pero el trabajo participativo arrojó un consenso: sí, querían superficie verde, pero también querían poder hacer actividades en el parque. Querían que fuera un lugar de encuentro, lleno de vida. Un lugar seguro que revitalizara el barrio.
Decidieron que la plaza funcionaría 24hs y no tendría rejas, para integrarla a la ciudad que la rodea. También sacarían el muro y ampliarían la vereda. Esto les permitía abordar la problemática de la inseguridad desde una perspectiva urbana integral: eliminando barreras y vacíos urbanos, estimulando la circulación de vecinos e incrementando la oferta de actividades nocturnas en la zona.

Es por eso que lejos de sacar el galpón ferroviario, decidieron restaurarlo preservando el patrimonio histórico pero dándole un nuevo uso. El galpón, de más de 5.000 m2, hoy cuenta con una biblioteca con más de 7.000 libros, un área informática, un invernadero para que los chicos aprendan sobre siembra y educación ambiental, un salón polideportivo con vestuarios que pueden usar los colegios públicos de la Ciudad, un salón de usos múltiples que se adapta a diferentes eventos y talleres, y oficinas de la Defensoría de Niños, Niñas y Adolescentes.

En septiembre de 2018 llegó la gran inauguración del parque. Y en junio de 2019 culminó la puesta en valor del galpón ferroviario. Casi 20 años de lucha, y ahora finalmente tienen su plaza. El parque hoy tiene más de 8 mil metros cuadrados de espacio público verde, con 53 árboles nuevos y más de 100 plantas nativas rioplatenses instaladas por vecinos en varias jornadas culturales. También hay juegos para niños como camas elásticas, aros de básquet, metegoles y muros para escalar. Y un anfiteatro, donde las instituciones del barrio hacen eventos.
Lo que antes era un espacio inseguro y desolado, hoy rebosa de vida. Hay actividades todos los días, que pueden chequear en el Instagram del parque, gestionado por los mismos vecinos y vecinas. Hay torneos de ajedrez, noches de baile, talleres de lectura y jornadas de plantación, entre otras.

El diseño participativo del Parque de la Estación
Los resultados hablan por sí solos. Encuestas posteriores a la inauguración del parque arrojaron que el 82% de los encuestados frecuenta el Parque de la Estación. La percepción de inseguridad bajó 25 puntos porcentuales, y la calificación promedio del parque fue de 4,32. Muy por encima del 1,97 del resto de los espacios verdes de la zona. Pero quizás el dato más relevante, y el que mejor ilustra el antes y el después, es el que marca que el sentido de pertenencia del barrio creció del 2,19 al 3,15 (en una escala de 5).
Y es verdad. Ya había ido al Parque de la Estación en alguna oportunidad, pero el otro día me di una vuelta para escribir este newsletter. Ahora que vivo cerca, creo que voy a empezar a venir más seguido y participar en alguna de sus actividades.
Espero que esta pequeña historia de éxito te haya inspirado a salir a recuperar tu cuadra, tu barrio y tu ciudad. Cual trovadores de mitos y héroes hay que salir a esparcir la voz, a hacer y contagiar. Hace poco el grupo de teatro comunitario de la zona del Abasto y Almagro, Sin Telón, estrenó la obra “Memorias de la Estación”, narrando la historia de este parque, y de la epopeya lograda por la Asociación de Vecinos y Vecinas por el Parque de la Estación.
Y si te quedaste con ganas de más, leete Urbanofilia. Un libro hecho para repensar los lugares donde vivimos, y una incitación a transformarlos. Porque las ciudades siempre están cambiando. Es lo que las mantiene vivas.
Salgamos a construir la ciudad que soñamos, un metro cuadrado a la vez.
Esto es todo por hoy. Nos vemos la próxima. Y como siempre, si querés charlar sobre urbanismo me podés contestar este mail o escribirme por Twitter.
Nico,
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