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Entrega N° 5 – Nadie se salva solo

a1000 , 17 julio, 2025

Hola, ¿cómo estás? Yo ya estoy extrañando el calorcito. ¿Por 10°C? Sos un llorón, me dirás. Puede ser. Buenos Aires no tiene temperaturas demasiado bajas, pero nuestro invierno es muy húmedo, y eso hace que el frío se sienta más que en clima seco. Además los días empiezan a ser más cortos, y yo soy más feliz en verano, con el sol en la cara, qué querés que te diga.

El Eternauta, ¿ficción o realidad?

Hablando de frío, ¿viste El Eternauta? Si no la viste a esta altura es negligencia. Pero igual no te preocupes porque acá no hay spoilers. Lo que me interesa traer hoy es la vigencia de la historia. Mientras que en la ficción los argentinos nos enfrentamos a una nieve tóxica que destruye (casi) todo lo que toca, en la vida real tenemos que lidiar con inundaciones, tormentas, sequías y olas de calor cada vez más frecuentes que llegaron para quedarse, y que amenazan no sólo nuestros medios de subsistencia, sino nuestra propia vida.

Pero que, además, ponen a prueba la fortaleza de una comunidad. Porque lo importante es cómo decidimos afrontar esos escenarios apocalípticos. Si nos dividimos y enfrentamos (lo que nos hace más vulnerables), o si nos juntamos para ser más fuertes, resistir y salir a flote.

La historia de El Eternauta es una historia de mucho sufrimiento y sacrificio, pero también de solidaridad y unión frente a la adversidad. Y eso es algo que tenemos que nos vendría bien incorporar si queremos sobrevivir al cambio climático.

Hay una pequeña historia que lo ilustra a la perfección. En 1995, la ciudad de Chicago vivió la peor ola de calor de su historia, con un saldo de 739 muertes en tan sólo 5 días. Y un grupo de científicos, encabezados por el Dr. Semenza, se pusieron a investigar cuál había sido la principal causa. Querían saber qué tenían en común estas personas, qué las diferenciaba de las que habían sobrevivido. Por supuesto que la falta de acceso a un sistema de aire acondicionado era un factor importante. Pero encontraron algo todavía más determinante: la mayoría de los fallecidos vivían solos, no tenían familia ni amigos, y casi no salían de casa. Es por eso que muchos no habían sido encontrados ni reportados hasta días después por algún vecino que sentía mal olor. En el libro Ciudad Feliz de Charles Montgomery, el Dr. Semenza le confiesa al autor del libro que la soledad había multiplicado el riesgo de muerte frente al calor por 7.

La fórmula del riesgo

Esto tiene una explicación. El riesgo es la probabilidad de que una amenaza produzca daños al actuar sobre una población vulnerable. Bajo este paradigma, el riesgo está determinado por dos factores: la amenaza y la vulnerabilidad.

La amenaza, en este caso, es el cambio climático. Y la amenaza no va a desaparecer en el corto plazo. Todas las proyecciones indican que no estamos cumpliendo las metas que los países del mundo firmaron en el Acuerdo de París para evitar que la temperatura supere el umbral de 1.5°C por encima de la era pre-industrial.

Es más, la amenaza va a ser cada vez mayor. Y es que una de las consecuencias del cambio climático es el incremento de la ocurrenciaintensidad duración de eventos climáticos extremos. Como se cuenta en Clima, el libro de El Gato y La Caja, en un escenario donde la temperatura aumenta 2°C los eventos extremos de temperatura como las olas de calor serían casi 6 veces más frecuentes y 2.5°C más calientes. Mejor no hablar de lo que pasa si superamos los 4°C.

Estos datos no suponen elucubración alguna. El verano 2022-2023 no sólo fue el más cálido de la historia de Argentina desde que se empezó a medir en ¡1906!, sino que de acuerdo al Servicio Meteorológico Nacional el país vivió en ese período de tiempo 8 olas de calor, cuando en la última década no hubo más de 4 o 5 episodios por temporada.

Hago un paréntesis para contarte que en Jóvenes por el Clima venimos trabajando hace varios años desarrollando programas de formación para que jóvenes puedan diseñar proyectos que ayuden a luchar contra la crisis climática. Este año queremos que el programa Líderes de Innovación Sostenible, destinado a adolescentes de entre 15 y 18 años, llegue a 5 ciudades de Argentina: La Plata, CABA, Neuquén, Córdoba y San Miguel de Tucumán. Pero para eso necesitamos tu ayuda. Así que si podés, nos vendría genial tu donación a través de este link. Más información del proyecto acá.

Ahora sí, seguimos. Si la amenaza no va a desaparecer (sin perjuicio de seguir haciendo todo lo humanamente posible por disminuir las emisiones), toca enfocarse en la vulnerabilidad, que es un factor que, a su vez, depende de varios otros.

Esta formula nos lleva a mirar los factores de exposición, susceptibilidad y resiliencia, que son los que determinarán el grado de vulnerabilidad y, por tanto, el grado de probabilidad de que el riesgo se transforme en daño cierto.

La exposición es el componente que nos marca que territorios son más susceptibles de sufrir estas amenazas por su ubicación. Por ejemplo, la topografía de una determinada región la puede hacer más vulnerable a mareas por su cercanía a la costa. O más susceptible a terremotos, por situarse por encima de dos placas tectónicas que chocan. Pero en este newsletter hablamos de ciudades. Y si dijimos que en las ciudades se concentra no sólo la mayor parte de la población sino también de los recursos, está claro que es en las urbes donde debemos concentrar nuestros esfuerzos, dado que allí el grado de exposición será mayor.

Luego tenemos la susceptibilidad, que es la predisposición de un sujeto de verse afectado por la amenaza, y responde, en esencia, a las condiciones materiales y sociales de vida. Si vivo en un barrio popular sin acceso a servicios básicos de energía, higiene y seguridad es más probable que me vea impactado. Nuevamente, es en las ciudades (sobre todo en sus márgenes producto de su expulsión de los centros urbanos) donde se localizan y concentran la mayor parte de estos asentamientos informales con deficiente infraestructura.

Pero hay un tercer factor, que es la capacidad de una comunidad para resistir, adaptarse y reponerse de los efectos de la amenaza. A eso lo llamamos resiliencia. Eso es lo que les permitió sobrevivir a los protagonistas de El Eternauta. Y a los ciudadanos de Chicago que tenían familia y amigos quien los socorriera. Por eso es que nadie se salva sólo. Y mucho menos del cambio climático.

La ciudad y la soledad

La mayoría de los seres humanos decidimos vivir en ciudades porque allí se concentra la oferta de trabajo, de bienes y de servicios. Pero también porque hay gente. Tenemos una tendencia natural a buscar estar cerca de otros. Sin embargo, estudios recientes señalan que pese a vivir cada vez más juntos, nos sentimos más solos. Sin embargo, los mismos resultados señalan que sentirnos parte de un grupo social reduce un 21% esa sensación de soledad. Y que en ciudades donde se puede tener contacto con la naturaleza es un 28% menos probable que sus habitantes se sientan solos.

De hecho, la soledad ya es un factor de muerte equivalente a algunas de las principales causas de mortalidad como la mala calidad del aire, el alcoholismo o la obesidad

Este también es un factor central a la hora de evaluar el riesgo de las ciudades frente al cambio climático. En un estudio sobre vulnerabilidad climática en EEUU incluyeron factores relacionados a la cohesión de una comunidad y determinaron que una mayor cantidad de organizaciones civiles, sociales y religiosas disminuye el riesgo para las ciudades de sufrir daños como consecuencia de desastres naturales

Además, otro estudio señala que las personas que sienten una mayor conexión con su comunidad son más propensas a tomar acción para reducir el impacto sobre el ambiente o para restaurarlo. En criollo: si no tenemos nadie que nos importe, no vamos a hacer nada por intentar frenar el cambio climático. Por eso el argumento de que para salvar el planeta hay que dejar de tener hijos está muy flojo de papeles. Es precisamente la noción de trascendencia de la especie y el deseo de que nuestros descendientes puedan vivir en un planeta sano lo que nos empuja a actuar.

Nadie se salva solo

Tenemos sobradas muestras de cómo reacciona la población frente a calamidades. El año pasado, los españoles se unieron para socorrer a las víctimas de las inundaciones provocadas por la DANA, que dejó bajo agua a las ciudades de Valencia y Málaga. Este año, y al igual que el anterior, Bahía Blanca se vio azotada nuevamente por un temporal (a los medios les gusta titular siempre con las palabras “sin precedentes” pese a que últimamente suceden cada año) que dejó 16 fallecidos y afectó a 270.000 personas y más de 92.000 viviendas.

Frente a esta situación, los argentinos decidimos juntar donaciones y poner en marchas trenes solidarios (parece que al final tiene sentido proteger y extender una red ferroviaria que conecte distintos puntos del país, quien lo diría) para hacerlas llegar.

A pesar de que este mundo posmoderno e individualista nos diga que es mejor cuidar nuestro culo y desentendernos de los demás para no meternos en quilombos, nuestro instinto es el de ser solidarios y dar una mano, incluso con lo que no tenemos o no nos sobra.

Pero aunque esto sea emocionante y hable bien de nosotros, nuestra capacidad de adaptación y recuperación (algo que caracteriza mucho a los argentinos) no puede depender únicamente de redes informales de vecinos solidarios. Ciudades y comunidades resilientes requieren de instituciones sólidas. Y de un Estado que preste con eficiencia una de sus funciones más básicas: la de la seguridad de sus ciudadanos.

Argentina cuenta con la Ley N° 27.287 que crea el Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo y la Protección Civil, que tiene por objetivo coordinar las acciones de los gobiernos nacional, provinciales y municipales para prevenir y dar respuesta ante situaciones de crisis. Para lograrlo, se debe implementar un Plan Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, cuya última actualización para 2024-2028 está vigente.

Ahora bien, para cumplir sus objetivos, esa ley creó dos fondos: un fondo para financiar las acciones de respuesta frente a emergencias, y otro fondo para financiar políticas de prevención

El primer fondo, el Fondo Nacional de Emergencias, fue derogado el año pasado mediante el Decreto N° 888/2024 donde se argumentó que desde 2016 (año en que se sancionó la ley) a la fecha jamás se le asignó presupuesto. Y que la solución, en lugar de financiarlo para cumplir su objetivo, era disolverlo.

El segundo fondo, el Fondo Nacional para la Gestión Integral del Riesgo, sigue vigente pero no tiene presupuesto asignado para el año 2025. Actualmente dependemos únicamente de los presupuestos asignados al Ministerio de Seguridad para cumplir con la prevención y atención de emergencias.

Quizás sea hora de tomarnos más en serio la necesidad de prepararnos para los desastres climáticos que se vienen.

Una misión: construir comunidad

Como dijo José Hernández en el Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea; porque si entre ellos pelean, los devoran los de ajuera”. Los de afuera no serán alienígenas sino fenómenos de la naturaleza, pero que dan miedo, dan miedo.

Por eso te invito a, como dice el amigo Bauhasaurus, reconstruir la vida en comunidad en tu ciudad. Como puedas, desde dónde te toque.

Y si no sabés por dónde empezar, te invito el próximo Sábado 7 de Junio a las 10hs en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA a “A1000 Ideas por la Ciudad”, un evento presencial e interactivo para conectar con proyectos de impacto y co-diseñar soluciones a problemáticas de Buenos Aires. Te anotás acá. Y si necesitás más información me respondés este mail.

Nos vemos la próxima. Y como siempre, si querés charlar sobre urbanismo me podés contestar este mail o escribirme por Twitter.

Te mando un fuerte abrazo.

Nico,

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