
Bienvenidx a la primera edición de A 5 kilómetros por hora, un newsletter sobre cómo nos movemos en las ciudades. ¿Por qué ese nombre? Porque 5 kilómetros por hora es la velocidad promedio a la que caminamos: el ritmo del peatón, ese actor clave en la movilidad urbana que históricamente quedó al margen de las decisiones y que queremos traer al centro de la conversación. Porque, al final del día, todos somos peatones, ¿no?
Ya vamos a hablar más sobre cómo se camina y se vive la ciudad. Pero hoy queremos arrancar reflexionando sobre algo que seguro te resuene: ¿cuánto tiempo invertimos todos los días para llegar a donde queremos? Ahora sí, empecemos.
Hace unos días se viralizó un video publicado por Infobae que nos interpeló a muchos. En él vemos a Alberto, un hombre que vive en Florencio Varela y que destina más de 7 horas por día para ir y volver de su trabajo, en el límite norte de la Ciudad de Buenos Aires. El video lo acompaña durante todo el trayecto y en cada uno de los trasbordos que hace: primero un colectivo, después tren, más tarde un subte, y finalmente otro tren. Agotador, ¿no?
Los comentarios en redes sociales iban desde la pena hasta la admiración, pasando por el enojo. Pero lo más importante es que el caso de Alberto no es una excepción: es el día a día de muchísima gente que vive en la periferia del AMBA y necesita viajar lejos para llegar a donde están las oportunidades. El video pegó porque mostró algo que muchas veces no se ve: todo lo que implica moverse por la ciudad para llegar a trabajar.
Y nos hace pensar en algo muy simple pero clave, que es también el espíritu de este newsletter: ¿cuánto tiempo destinamos todos los días solo para llegar a donde tenemos que estar? ¿cómo podemos hacer para mejorar esa experiencia, desde el tiempo dedicado hasta la calidad de esos viajes? y lo más importante, ¿qué otras cosas podríamos estar haciendo con ese tiempo?
El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) es una de las regiones urbanas más extensas de América Latina. Con más de 15 millones de habitantes, concentra cerca del 35 % de la población del país. Es un territorio dinámico, donde millones de personas se desplazan diariamente entre la Ciudad de Buenos Aires y los 40 municipios del conurbano.
Según un informe de la Secretaría de Transporte y Obras Públicas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2023), basado en la Encuesta de Movilidad Domiciliaria (ENMODO 2018), estos son algunos datos clave para entender cuánto tiempo dedicamos a movernos en el AMBA:
Estos números muestran que el tiempo que dedicamos a movernos en el AMBA no es solo una cuestión de distancias físicas, sino también de desigualdades estructurales. Las estadísticas reflejan realidades cotidianas: recorridos largos, múltiples combinaciones, esperas prolongadas y un sistema que muchas veces no acompaña. Detrás de cada minuto hay decisiones históricas, formas de habitar y mapas de oportunidades distribuidos de forma desigual.
Detrás de los largos viajes diarios en el AMBA no hay solo geografía ni casualidad: hay decisiones históricas y un modelo urbano fragmentado. Una de las causas principales es el crecimiento sin planificación. En las últimas décadas, el AMBA se expandió hacia las periferias, pero sin el acompañamiento necesario en infraestructura, servicios o transporte. Esto dio lugar a urbanizaciones precarias y barrios alejados de todo, profundamente dependientes del transporte público.
A esto se suma la centralización de las oportunidades: casi el 70 % del empleo formal del AMBA se concentra en la Ciudad de Buenos Aires y en los corredores del norte como San Isidro o Vicente López. Esto obliga a miles de personas a recorrer largas distancias todos los días. Como afirman algunos urbanistas: “No es que la gente vive lejos: es que las oportunidades están lejos”.
Por otro lado, el sistema de transporte fragmentado y desigual agrava la situación. La necesidad de realizar múltiples trasbordos en trayectos largos implica tiempos de viaje muy superiores al promedio, además de mayor desgaste por las etapas y caminatas asociadas. El sistema enfrenta desafíos en términos de frecuencia, calidad del servicio, percepción de inseguridad y calidad de los espacios públicos de movilidad, lo que amplía la brecha entre zonas bien conectadas y mal conectadas.
También es clave visibilizar lo que muchas veces no se cuenta: las etapas invisibles del viaje. Cuando se habla de “tiempo de viaje”, suele pensarse sólo en lo que tarda el tren o el colectivo, pero también inciden el tiempo de espera, el trayecto a pie hasta la parada, las combinaciones y las demoras por baja frecuencia. Estos minutos se acumulan y, en trayectos largos o mal conectados, pueden representar hasta un 40 % del total del viaje. Para alguien que toma tres medios por día, eso puede implicar entre 30 y 45 minutos diarios “perdidos” solo en transbordos y esperas. Lo importante es que mejorar esos momentos no requiere obras faraónicas: a veces, un refugio, buena iluminación o un cronograma confiable pueden hacer una gran diferencia en la experiencia cotidiana.
Este problema no se soluciona con una sola obra, ni con una sola política, ni en una sola gestión. Hace falta una transformación profunda y multisectorial y multiescalar, con políticas de mediano y largo plazo. Algunas ideas:
🏙️ Descentralizar oportunidades implica promover polos de empleo, educación, salud y cultura en toda la periferia del AMBA, incentivar la instalación de empresas y servicios fuera del centro e implementar planes de ordenamiento territorial que superen la fragmentación histórica de la región.
🚉 Invertir en transporte público y espacio público significa aumentar la frecuencia y velocidad de trenes y corredores de Metrobus, equipar estaciones y paradas con iluminación, refugios y accesibilidad, y desarrollar infraestructura ciclista y peatonal que integre modos activos y motorizados.
🔁 Integrar los modos de transporte requiere unificar tarifas en un sistema de pago único, coordinar horarios y frecuencias, desplegar apps con información en tiempo real y optimizar la señalización para que trasbordar deje de ser un castigo.
🗺️ Planificar el territorio con mirada social obliga a diseñar nuevos barrios de la mano de la red de transporte, articular políticas de hábitat y uso del suelo, y apostar por la “ciudad de proximidad”, donde los servicios esenciales estén siempre al alcance de un breve trayecto a pie o en bici.
Tomando como punto de partida la duración promedio de los viajes interjurisdiccionales de 73,2 minutos, el ida y vuelta diario suma 146,4 minutos (2 h 26 min). Si hacemos las cuentas, 2 h 26 min × 5 días, son 12 h 10 min semanales, y multiplicando por 48 semanas, eso equivale a 583 horas al año, o 24 días completos pasados arriba de un colectivo o tren.
Profundicemos un poco más en lo que significa dedicar 24 días completos al año a viajar: primero, imaginate que esos 24 días son casi un mes de trabajo sin descanso, tiempo que no podés usar para estudiar, para hacer trámites, para descansar, para pasar tiempo con tus amigos o familia o hacer alguna actividad que te guste. Destinar a viajar ese tiempo diario —ese peaje oculto de la periferia— genera lo que los especialistas llaman “pobreza de tiempo”: no es que falte dinero, sino que falta tiempo libre para invertir en actividades de ocio y descanso. Además, ese desgaste acumulado tiene costos muy concretos en la salud y bienestar, en el acceso a oportunidades y en la calidad de vida.
Un viaje largo no solo es incómodo: es un factor que condiciona las decisiones de vida. Muchas personas deben rechazar trabajos, formaciones o actividades porque no logran compatibilizarlas con su rutina de movilidad. Esto afecta especialmente a las mujeres, que suelen tener jornadas más fragmentadas por tareas de cuidado, y a jóvenes que cursan y trabajan.
Entonces, ese “simple” dato de 73,2 minutos por viaje deja de ser una estadística para convertirse en un indicador de justicia urbana: cuanto más lejos vivís, menos tiempo te queda para vivir. Y esa brecha de horas es, en última instancia, una brecha de derechos. Una ciudad que no acorta esas distancias termina reforzando desigualdades estructurales: el lugar donde vivís no debería determinar tu acceso a una vida plena, pero hoy, en muchos casos, lo hace.
🌆Hong Kong – Modelo “Rail + Property”
El TOD (o desarollo orientado al transporte por sus siglas en inglés) es un enfoque de planificación urbana que busca concentrar vivienda, comercio y servicios en un radio caminable (400–800 m) alrededor de paradas de transporte público, combinando alta densidad, usos mixtos y diseño peatonal para reducir la dependencia del automóvil y fomentar la movilidad sostenible.
En Hong Kong, la MTR Corporation, financia la construcción y operación de su red de metro mediante la captura de valor de suelo: desarrolla proyectos inmobiliarios de alto valor —residenciales, oficinas y comercio— adyacentes a sus estaciones y reinvierte esas ganancias en la expansión de la red. Este circuito virtuoso ha creado vecindarios densos, mixtos y peatonales alrededor de cada estación, convirtiendo a Hong Kong en uno de los referentes mundiales de TOD.
🚡 Metrocable de Medellín
La red de teleféricos urbanos vinculó barrios de ladera con el metro y autobuses, reduciendo tiempos de viaje en hasta un 60 % y mejorando el acceso a servicios y oportunidades. Además, los corredores de Metrocable han venido acompañados de actuaciones en espacios públicos y equipamientos, fortaleciendo la cohesión social.
¿Qué pasa cuando se recupera tiempo? Ciudades que han logrado reducir los traslados diarios muestran mejoras notables en salud mental, productividad y bienestar. Tener una hora más al día no es solo “ganar tiempo”, es recuperar un derecho básico: el de disponer de nuestra propia vida. Una ciudad que distribuye mejor los tiempos, es también una ciudad más justa.
¿Qué pasaría si el tiempo de viaje fuera una métrica clave al diseñar políticas públicas? ¿Qué pasaría si consideramos la movilidad como infraestructura para la equidad? Ciudades más justas no son solo aquellas con más obras: son aquellas que acercan posibilidades, que reparten mejor el tiempo, que conectan a las personas con sus vidas. Recuperar esas horas perdidas no es solo un deseo: es un objetivo posible. Pero para lograrlo, hay que entender que no se trata de moverse más rápido. Se trata de acercar la ciudad a quienes más lejos están.
Si te quedaste con ganas de seguir pensando en esto, te recomendamos el documental de la argentina Luciana Kaplan, Rush Hour (no, no es la peli de Jackie Chan). En 80 minutos se retratan de manera íntima las historias paralelas de tres personas en tres de las ciudades más complejas y emblemáticas del mundo: Ciudad de México, Los Ángeles y Estambul. Los tres comparten el hecho de pasar la mitad del día transportándose al trabajo. Todos sienten que están perdiendo algo esencial en sus vidas que no va a regresar. Lo encuentran por ahí.
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Nos leemos en la próxima estación 🚲🚉🚶♂️
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