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El papa urbanista

a1000 , 30 mayo, 2025

Hola, ¿cómo están? Espero que bien. Son días de bastante movimiento. De mucha tristeza pero también, si sabemos buscar, de mucha esperanza.

Cómo se imaginarán, yo tenía planificado otro newsletter. Pero los acontecimientos me obligaron a barajar y dar de nuevo. Porque creo que las enseñanzas del papa argentino deben continuar siendo transmitidas ahora que no está más en este plano. Esto lo digo habiendo sido criado como ateo, y habiendo atravesado la rebeldía propia (y saludable) de los jóvenes que nos sublevamos contra lo que entendemos representa el status quo de un momento histórico determinado. Hoy ya no tengo tan claro que soy. Pero hace un tiempo que vengo pensando que si algo precisa esta sociedad líquida, posmoderna e individualista, que descarta todo aquello que no le sirve, es retomar los valores axiológicos de una Iglesia Católica que ponga primero a los últimos. Que embandere la solidaridad y la comunidad como antídotos a esta anomia social que estamos viviendo, y que amenaza con poner fin a todo lo que amamos y nos hace humanos. 

Si alguien supo interpretar los vientos que corren fue el Papa Francisco. Y lejos de esconderse detrás del manto que ofrece el poder, tuvo la valentía de ir contracorriente. Creo que le debemos continuar la obra que inició. Por eso, hoy voy a intentar recuperar su pensamiento acerca de las ciudades. Mucho se habla del papa ambientalista, pero poco del papa urbanista. Así que acá va mi humilde intento de homenaje a su enorme tarea.

Sobre las ciudades

Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes.” (Laudato Sí, 44)

El Papa Francisco ha sido una de las voces más potentes y decididas a la hora de denunciar la depredación de nuestro planeta, que es nuestra casa común. Es por eso que, entendiendo que la concentración de personas en entornos urbanos conlleva también una concentración del consumo de recursos y de las emisiones contaminantes, reflexiona al respecto del rol de las ciudades en un contexto de crisis climática.

Pero si prestamos atención podemos observar que lo que critica el papa no es la existencia de las ciudades, sino su crecimiento desmedido y desordenado. En una misa celebrada en ocasión de su visita a la ciudad de Nueva York de 2015, Francisco afirmó:

Las ciudades son nuestra “casa común” y debemos trabajar juntos para hacerlas seguras, justas y sostenibles. Como líderes de nuestras comunidades, creemos en las ciudades como una fuerza para el bien. Al aprovechar su potencial, podemos abordar muchos de los desafíos más urgentes de la actualidad, incluidas amenazas como el cambio climático y la esclavitud moderna

En ese mismo discurso afirmó que las ciudades son el eco de nuestra historia, nuestra cultura y nuestra tradición. En cambio, lo que denunciaba era que “En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo el ritmo del cambio, quedan silenciados tantos rostros por no tener derecho a ciudadanía“.

Ese “anonimato ensordecedor” del que hablaba se refería a los desposeídos que habitan en las periferias de una ciudad que crece hacia los márgenes en asentamientos informales desprovistos de bienes y servicios básicos para una vida digna como el agua y la energía, y que los hace mucho más vulnerables a los efectos de la crisis climática.

Sobre los barrios populares y los countries

Para hacer este newsletter estuve releyendo su obra. Y no me parece casual que en la encíclica Laudato Sí, el papa mencionara tan sólo 2 tipos de urbanizaciones: los barrios populares y los barrios cerrados, mejor conocidos como countries. Y me parece de una claridad magnífica. Hoy, esos son los únicos dos modelos de urbanismo vigentes.

En el fondo, se trata de una crítica a un Estado que se corrió de la planificación y el ordenamiento del territorio, y dejó a sus ciudadanos a merced de las fuerzas del mercado, que ofrece viviendas de lujo para quien pueda pagarlas, y expulsa a las mayorías a construir su vivienda precaria a las afueras de las ciudades.

Ahora bien, sin perjuicio de desalentar este tipo de urbanizaciones, el papa ofrece una respuesta a tono con uno de sus principios: la realidad por encima de la idea.

Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar. (…) la creatividad debería llevar a integrar los barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!” (Laudato Sí, 152)

En un contexto donde algunos candidatos políticos hablan de erradicar las villas y sacar a los “fisuras” sin techo del espacio público, Francisco nos invita a tener una mirada más humana y de compasión. Es un llamado a recuperar la solidaridad y el interés por el otro. Después de todo, de eso se trata vivir en la ciudad. De hacer comunidad en la diversidad. Tal y como lo señalan los curas villeros de CABA y el Gran Buenos Aires: “¿Qué hay detrás del concepto de integración urbana? Hay que entenderlo bajo la categoría de encuentro”.

Ahora bien, el papa no alienta una cultura del desánimo. En su discurso en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares del 2014 pronunció: “¡Los pobres no sólo padecen la injusticia sino que también luchan contra ella! (…) los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado”.

Y aunque “el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas antisociales y la violencia”, el papa sostiene que “Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele provocar reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio” (Laudato Sí, 149).

Es por eso que también se posiciona en contra de la privatización del espacio a través de “urbanizaciones ecológicas”, que depredan la naturaleza (e impiden que los pobres tengan acceso a ella), destruyen el entramado urbano y, por sobre todas las cosas, que se aíslan voluntariamente de la sociedad.

En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los descartables de la sociedad”. (Laudato Sí, 45)

De los countries ya he hablado un poco en una edición anterior, así que me limitaré a agregar lo siguiente: el aislamiento y la endogamia extinguen civilizaciones. La solución no es escapar de las ciudades, sino de recuperarlas para volver a hacerlas deseosas de ser habitadas.

Sobre el acceso a la vivienda

Francisco ha resaltado hasta el hartazgo la importancia de que todos tengan un techo sobre el cual poder refugiarse. El techo, además de ser un derecho fundamental, es precondición de ciudadanía.

Y también ha denunciado en numerosas oportunidades cómo la vivienda se vuelve un lujo privativo de unos pocos. En su libro “La esperanza no defrauda nunca” indica cómo las fuerzas del mercado transforman en espacios de lujo para pocos lo que antes eran verdaderas comunidades para todos. Y añade que una de las formas “más sutiles” de “desplazamientos forzosos” de familias que siempre han vivido en un barrio es “la subida de alquileres sin control estatal, que en nombre de una supuesta libertad de mercado deja desamparadas a millones de personas”.

Cuenta la leyenda que cuando en 2014 el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires estaba por desalojar a vecinos del Barrio 20 de Villa Lugano, el papa envió un mail a un legislador local con la frase “antes no querían desalojar a los autos y ahora se apuran por desalojar personas”. Tiempo después, ese barrio popular fue integrado y urbanizado, y renombrado como Barrio Papa Francisco.

Sobre los autos y el transporte público

Hablando de autos, Francisco también se ha manifestado en contra de las ciudades tomadas por los coches, que generan ruido y contaminación, y que obliga a destinar buena parte del suelo urbano (el recurso más valioso de una ciudad, que además es limitado) a construir autopistas, estacionamientos y a ocupar el espacio público que es de todos. Suelo que podría destinarse a hacer más plazas, escuelas u hospitales.

La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad” (Laudato Sí, 153)

Es por eso que el papa pide por la mejora del transporte público que las personas se toman todos los días. Y que muchas veces no es eficiente, obligando a perder muchas horas del día viajando. Tiempo que podrían dedicarle a sus seres queridos o al prójimo, tal y como le sucede a Alberto Gramajo, que en este reporte cuenta que casi no tiene tiempo para compartir con su familia. No se trata de que el pobre se compre un auto, sino de que el rico elija viajar en transporte público.

Un transporte público del que él mismo fue usuario, mucho antes de convertirse en la autoridad máxima de la Iglesia Católica, cómo podemos ver en la ya famosa foto que está dando vueltas por todo Internet, de él viajando en un vagón de la línea A del subte de la Ciudad de Buenos Aires.

En la entrega anterior de este newsletter hablamos acerca de las ciudades construidas para los autos vs las ciudades construidas para las personas. Y cómo las ciudades más justas privilegiaban la movilidad de niños y ancianos, dos sectores poblacionales que no pueden manejar. Bueno, el papa piensa algo parecido cuando afirma que: “La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida —los niños y los ancianos— ayuda también a las otras dos —los jóvenes y los adultos— a vincularse mutuamente para hacer la existencia de todos más rica en humanidad”.

Pero para eso es menester hacer ciudades más lentas. ¿No les pasa que últimamente están más apurados en la calle, concentrados en lo suyo sin prestar atención a lo que los rodea? En su catequesis sobre la vejez, Francisco señaló: “El exceso de velocidad nos mete en una centrífuga que nos barre como confeti”. En este contexto, “la mirada de conjunto se pierde por completo (…) Cada uno se aferra a su propia pieza, que flota sobre los flujos de la ciudad-mercado, para la cual los ritmos lentos son pérdidas y la velocidad es dinero. El exceso de velocidad pulveriza la vida, no la hace más intensa”.

Sobre el espacio público y la comunidad

En un mundo híper globalizado e hiperconectado, paradójicamente, estamos cada vez más sólos. Y el papa afirma que habitar los lugares comunes terceros lugares (es decir todo aquél lugar que no es ni la casa ni el trabajo, y donde se desarrollan las actividades sociales y de ocio) es lo que nos permite crear un sentido de pertenencia y arraigo para con nuestra ciudad y nuestros conciudadanos.

Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y nos une. Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio compartido con los demás” (Laudato Sí, 151)

Por eso también afirmó en una visita a las oficinas de Naciones Unidas en Nairobi durante el año 2015, que “Hay una necesidad de promover proyectos de planificación y mantenimiento de los espacios públicos, que tengan en cuenta las opiniones de los vecinos”. No por casualidad, en las antiguas ciudades medievales la plaza era el centro de la vida pública. El espacio público tiene esa capacidad de igualar y acercar a personas de diferente clase y procedencia. Y de generar que pasen cosas.

Esto es consecuente con el pensamiento de una persona que todo el tiempo pide por la construcción de una comunidad compuesta por individuos que se preocupan los unos por los otros, y que disfrutan de estar los unos con los otros. Porque, en última instancia, eso es lo que ha motivado que vivamos en ciudades pudiendo vivir desperdigados por el mundo. Somos seres sociales, y necesitamos del otro.


El Papa Francisco fue un papa que exportó la visión argentina y del sur global al mundo. El papa de las periferias que ignoraba protocolos y se enfrentaba a los poderosos.

Creo que el mayor legado que nos deja es el de haber iniciado un proceso que estamos obligados moralmente a continuar. Porque como reza uno de sus principios, el tiempo vence al espacio. Tendremos que seguir predicando, cada uno desde su lugar, creyente o no (el papa cuenta que Jesús eligió como modelo del buen samaritano a una persona no creyente), por un mundo más justo y más humano. 

Y con alegría, porque tal y cómo nos enseñó en la exhortación de Evangelii Gaudium, “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”.

Así que los invito a que hagamos lío, para hacer ciudades más justas, sostenibles y felices.


Antes de irme no quería dejar de contarte que en Jóvenes por el Clima venimos trabajando hace varios años desarrollando programas de formación para que jóvenes puedan desarrollar proyectos que ayuden a luchar contra la crisis climática. Este año queremos que el programa Líderes de Innovación Sostenible, destinado a adolescentes de entre 15 y 18 años, llegue a ciudades de Argentina: La PlataCABANeuquénCórdoba San Miguel de Tucumán. Pero para eso necesitamos tu ayuda. Así que si podés, nos vendría genial tu donación a través de este link. Más información del proyecto acá.

Ahora sí, nos vemos la próxima. Y como siempre, si querés charlar sobre urbanismo me podés contestar este mail o escribirme por Twitter.

Te mando un fuerte abrazo.

Nico,

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